Eh, que eso que lees no es real
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"Tan solo un año antes había decidido renunciar definitivamente, y sin arrepentirme, a todo lo que en la vida tuviera que ver con la alegría de vivir" |
Negarle cualquier tipo de talento
a Cărtărescu por esta obra sería incurrir en algún tipo de delito punible que
no soy capaz de concebir. Hay mucha literatura detrás de Nostalgia, pero lo digo sin pedantería ni por hacerme el guay. Se
nota que Cărtărescu ha leído mucho más que los demás: experimenta con la forma,
con la narración, le gusta romper la cuarta pared continuamente y propone ideas
que para mí, desde mi humilde ignorancia, me han parecido muy originales. Ahí
tenemos los narradores superpuestos de “Los gemelos”, donde uno no sabe dónde
empieza uno y acaba el otro, o la autoconsciencia de ser narrador que tiene el
narrador del relato “REM”.
Pero desde mi punto de vista, y
tal y como suele ocurrirme con estos experimentos tan típicos de la novela
postmoderna, que suelen funcionar en contadas ocasiones (ahora me viene a la
cabeza David Foster Wallace y Mark Z. Danielewski, y no
acabo de estar muy seguro de este último), me producen una sensación extraña:
por un lado los aprecio, porque rompen con los esquemas habituales, pero por
otro lado me sacan de la narración de un modo que me resulta hasta cierto punto
molesto: no quiero que me digan que lo que estoy leyendo es ficción, aunque
inconscientemente sepa, por el simple hecho de coger un libro, que se trata de
ficción. Me gusta aceptar las reglas del juego, zambullirme en la narración
hasta tal punto que me la crea; que me recuerden que todo es un gran engaño,
que lo que leo es ficción, me irrita. Es como si viniera un tipo mientras estás
leyendo, te diese unos golpecitos en la espalda y te dijera: “eh, que eso que
lees no es real”. Con Nostalgia me ha
ocurrido exactamente eso: mientras Cărtărescu no me recordaba el artificio, me
atrapaba.
Aunque, sin embargo, si os soy
sincero nada de lo que me cuenta me golpea con intensidad. Nada llega a
conmoverme ni a despertarme ningún tipo de sentimiento. Asisto impertérrito la
mayor parte del tiempo a lo que me cuenta, sin saber muy bien a dónde quiere ir
y pensando que no está haciendo nada más que un amplio despliegue técnico sin
alma. Enrevesado, rico en detalles, profuso en metáforas de lo más originales y
en teorías sobre la existencia o la vida, pero hueco. Me habla del paso de la
infancia a la adultez y de lo traumático que es, porque algo muere dentro de
nosotros durante esa transición, pero no consigo que ese discurso me sacuda o
se vincule mínimamente a algo que haya sentido. En "El Mendébil" el despertar
sexual de una especie de Mesías niño le hace caer en desgracia ante sus
acólitos, que hasta el momento lo seguían como si del propio Jesús se tratara,
y reconozco la metáfora, pero lo observo desde la distancia porque acaba siendo
un ejercicio de estilo y nada más. Por otro lado, ¿la nostalgia a la que hace
referencia el título es la que experimenta el narrador o el propio Cărtărescu al
rememorar esas historias que de algún modo guardan cierta relación consigo
mismo? Porque nostalgia, lo que yo entiendo por nostalgia, no me la transmite.
En este sentido, “El Mendébil” y “Los gemelos” se quedan algo cojos, porque como
ya he dicho, me resultan fríos y distantes. Como ya he dicho, hay ideas
potentes, como las de no saber hasta qué punto somos las invenciones de un
creador (ya sea Dios, ya sea un escritor) que a la vez es una invención de otro
creador, pero están repartidas aquí y allá sin estar muy bien vehiculadas con la
trama principal. Me ocurre lo contrario con “REM”,
donde sí consigo empatizar con ese relato que se vale de la imaginación y de la
fantasía para eludir una realidad deprimente, porque ese microcosmos que es la
casa de la tía Aura, el juego de las Reinas y la torre de los alargados, donde
ficción y realidad se imbrican de tal modo que uno no es capaz de separarlas y
donde se vuelve a explorar la idea de un creador que a la vez es creado, me
interesa. Los personajes son tridimensionales, cercanos, menos artificiosos que
en los otros dos relatos.
Estos tres relatos conforman el
cuerpo central de Nostalgia y, a modo
de prólogo y epílogo, encontramos dos
relatos más: el magnífico “El Ruletista”, más próximo a un relato típico ruso,
y el decepcionante e intrascendente “El Arquitecto”, que parece más una
anécdota graciosa que algo realmente con enjundia. En “El Ruletista” tenemos
una reflexión interesantísima sobre el destino, sobre cómo nos saboteamos a
nosotros mismos y de lo difícil que es encontrarle un sentido o un propósito a
la vida y el dilucidar si todo lo que está por venir ya está escrito de
antemano o no. Incluso en algo aparentemente azaroso como es la ruleta rusa, parece
que, a ojos del narrador, está todo escrito (tanto en sentido figurado como
literal).
Conclusión: estamos ante un libro
excelente que me deja excesivamente frío. A ratos es un ejercicio de estilo con
el que me es difícil sentir algo y a ratos me parece una genialidad. Sin lugar
a dudas, “REM” y “El Ruletista” son dos joyas que ya merecen, de largo, su
lectura. Habrá que seguir a Cărtărescu de cerca.