Sapkowski vuelve a reafirmarse como uno de los mejores escritores de fantasía que existen
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Yo QUIERO a Milva |
Después de que las cuatro entregas de la saga de "Geralt de Rivia" hayan pasado a convertirse en unos de mis libros favoritos del género fantástico, a uno se le agotan los calificativos con los que rendir homenaje a Andrzej Sapkowski y su calidad como escritor, más allá de las habilidades, si estas existen, circunscritas al género de marras. "Bautismo de fuego" es un paréntesis en la saga, que nos devuelve a los orígenes de la saga y Sapkowski, como es habitual en él, no decepciona.
Después del cúmulo de giros acontecidos en "Tiempo de odio" y que provocaron que la organización política del mundo se trastocara, con un imperio, el nilfgaardiano, anexionándose varios territorios norteños, ya fuera por la espada o diplomáticamente, dicho mundo se ha convertido en un lugar más inhóspito e inseguro si cabe. Hay ejecuciones y persecuciones políticas a lo largo y ancho del territorio; los bandidos y demás grupos rebeldes se dedican a sembrar la destrucción por cuanta aldea y camino se tropiezan; hay espías por todas partes, y grupos armados dispersos que guerrean entre sí cada cien pasos y eso sin contar los otros problemas derivados que se deducen de un conflicto armado. Y es en un mundo como este en el que tienen que moverse Geralt y sus amigos, que se han puesto en marcha para rescatar a Ciri de las manos del emperador Emhyr var Emreis. Y no va a ser tarea fácil.
Si exceptuamos los fragmentos del consejo de hechiceras o las idas y venidas de diferentes personajes, como espías o prisioneros, que van arrojando algo de luz a la trama de fondo, "Bautismo de fuego" se caracteriza por dejar a un lado la historia principal y centrarse en el viaje que emprenden Geralt y su compaña por las tierras devastadas por la guerra y el pillaje. Es impresionante cómo Sapkowski es capaz de crear personajes terriblemente profundos, con sus luces y sombras, y que estos sean diferentes entre sí y tengan un desarrollo coherente con los tiempos que les tocan vivir. "Bautismo de fuego" es ver a un Geralt derrumbado, sin rumbo, cegado por la venganza, que anhela la autodestrucción como una vía para redimir sus errores y las decisiones desafortunadas que ha tomado hasta ahora. Él, un tipo que antaño había sido neutral, que solo tenía que preocuparse de sí mismo, y que tuvo que cambiar cuando adoptó a Ciri como su pupila, ahora se encuentra perdido y desorientado. Y que, tras su pérdida, descubre que ya no puede volver atrás. Que era el responsable de la niña y que no pudo protegerla. Somos, pues, testigos de la evolución de un personaje que no es capaz de adaptarse a un mundo que cambia muy deprisa. Y a peor.
Pero la chicha también está en los secundarios, que son la salsa de la historia, tanto aquellos que acompañan a Geralt en su viaje, como los que mueven los hilos a todo lo ancho y largo del continente. Milva es bonachona a su manera, con sus maneras bastas y su vulgaridad encantadora; Jaskier es graciosísimo y más perspicaz de lo que aparenta, incluso en las peores situaciones, y es el que verdaderamente entiende la naturaleza de Geralt; Cahir, el misterioso nilfgaardiano que dice no ser nilfgaardiano, que se huele a la legua que es un tipo honorable y agradable y que busca la aceptación de Geralt; Regis, el gran Regis, con su sabiduría y su pedantería y el halo de misterio que le envuelve en sus decisiones y sus palabras. Y eso sin contar a los eventuales, que enriquecen enormemente el viaje, como el grupo de enanos liderados por Zoltan Chivay, un tipo que, pese a los tiempos que corren, decide acoger a mujeres y niños para protegerles. Cómo Sapkowski es capaz de combinar la dureza de la guerra y la comicidad que destilan los personajes está muy conseguido, de manera que ninguno de los dos elementos chirríen y se compenetren a la perfección.
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¡Quiero un mapa pero YA! |
El desarrollo de la novela está plagado de grandes momentos y de grandes conversaciones, porque si en algo destaca Sapkowski por encima de todo lo demás es en los diálogos, y un buen ejemplo de ello es cuando acampan en una pequeña isla en el río Yaruga y preparan una sopa de pescado, mientras le hacen ver a Geralt que sus ansias de enfrentarse él solo contra todo el que se interponga en su camino es una decisión estúpida y suicida, y le hacen ver que la autocompasión no le ayudará a encontrar a Ciri, y que necesita de ellos, que necesita de compartir la carga con sus amigos para afrontar mejor las adversidades. O la mítica escaramuza en el puente del Yaruga, cuando Geralt y Cahir se enfrentan a los nilfgaardianos codo con codo, liderando a los lyrianos que huían en desbandada y dejando a un lado sus diferencias pasadas. O el periplo de Geralt y Jaskier después que los nilfgaardianos ataquen el campo de refugiados en el que se alojan brevemente con Zoltan Chivay, y hasta que consiguen reunirse otra vez con los demás miembros de la compaña.
Este es un libro para ver cómo el mundo de Geralt se va al garete. Los monstruos, la única y verdadera preocupación años atrás, han sido desplazados a un segundo término y han dejado paso ya definitivamente a los seres humanos, su progreso y su naturaleza autodestructiva, como verdaderos enemigos. Y más temprano que tarde eso provocará que el mundo se ahogue en sangre. Sapkowski sabe cómo retratar esa transición página tras página, con cadáveres regando los caminos y mostrándonos todo tipo de escaramuzas y personajes que viven de la guerra; es capaz de retratar a la perfección la crueldad y la destrucción a la que se entregan los humanos por pura avarícia y las ganas de someter al otro, pero también de mostrar que hay lugar para la bondad y para la amistad.
La ambientación, los personajes, los diálogos, la narración, todo en definitiva, están a un altísimo nivel en esta entrega, que recuerda el modus operandi de los primeros volúmenes. Sapkowski vuelve a reafirmarse como uno de los mejores escritores de fantasía que he tenido el placer de leer. Esta entrega es excelente y de lectura realmente obligada.